«Alicia se daba por lo general muy buenos consejos a sí misma, aunque rara vez los seguía» [Lewis Carroll]
En una de las últimas sesiones de counselling (asesoramiento, orientación y acompañamiento a personas en situaciones de crisis o conflicto en búsqueda de sentido y bienestar) desde mi posición de autenticidad y congruencia, le plantee a mi interlocutora si se estaba dando cuenta de que me estaba convirtiendo en su “acreedora moral”. Era la presencia, posición y el sentido que le daba a mi función profesional lo que le impulsaba a llevar a cabo sus tareas, pactadas, acordadas y surgidas en nuestras conversaciones cada quince días.
Así que le planteé el siguiente supuesto: ¿qué pasaría cuando mi intervención profesional como counsellor ya no estuviera presente?.
Terapeutas, coaches, facilitadores de procesos personales y todos aquellos profesionales que fundamentan su actuación en la relación establecida con el otro/a, es consciente y sabe cómo gestionar la “dependencia afectiva”.
Aunque cabría añadir dos modalidades más.
- La “dependencia funcional”: cuando el/la cliente informa de su cumplimiento al profesional mientras éste está presente, pero deja de funcionar cuando se acaba el proceso de acompañamiento.
- La “dependencia moral”: la actuación del cliente se desarrolla en función del grado de compromiso que adquiere con el profesional de tal forma que llega a sentirse mal si no cumple con lo pactado, sintiendo que falla al otro fallándose a sí mismo.
Estoy convencida de que, más allá de la técnica y el conocimiento, es la misma “relación” construida por quienes somos y quién es el otro en un contexto determinado lo que hace posible el desarrollo del cliente en estos tipos de actuación profesional de ayuda, acompañamiento u orientación. Deberíamos como profesionales ser conscientes qué tipo de dependencia genera esta relación y aprender a gestionarla desde una observación sistemática de nuestras conversaciones internas y las llevadas a cabo con el cliente.
[Foto: nadmental/stock.xchng]