Últimamente se viene hablando mucho de mediación: mediación hipotecaria, mediación en conflictos bélicos, mediación escolar, mediación concursal… Pero ¿qué es realmente la mediación?
Mediar no significa negociar ni conciliar ni intermediar, ni tampoco sugerir soluciones o intentar convencer a las partes de lo que es mejor para ellas. En realidad, si tuviese que recoger en cuatro palabras la esencia de la mediación, yo diría que hablar de mediación significa básicamente hablar de responsabilidad de las partes. Las partes llegan al proceso voluntariamente y tienen en todo momento el control de sus decisiones mientras que el mediador -neutral e imparcial- va sacando de su chistera las herramientas necesarias en cada fase, en cada instante, para hacer que la comunicación sea posible y efectiva.
¿Y en qué se puede mediar? Pues en cualquier tipo de conflicto en el que las partes estén dispuestas a trabajar juntas las partes para llegar a una solución: en las comunidades de vecinos, entre padres e hijos, en separaciones o problemas de pareja, en conflictos interculturales, en conflictos laborales…
Cualquier ámbito es posible mientras las partes estén de acuerdo y quieran llevar a cabo el proceso.
¿Y qué se gana con la mediación? En muchísimos casos, acuerdos o pactos, que por el hecho de haber sido decididos exclusivamente por las partes, tienen un índice de cumplimiento elevadísimo; pero incluso cuando no se llega a un arreglo final, el proceso en sí mismo es tremendamente reparador porque enseña a las partes a escuchar, a comprender, a ponerse en el lugar del otro, a ceder, a respetar… Y todas ellas son competencias que, una vez incorporadas, le sirven a cualquier persona para su propia vida.
Y es que si algo define la mediación, más allá de una buena técnica de resolución de conflictos, es que representa, en definitiva, una forma de entender la vida.
Carme Hernández G.
Especialista en Mediación y Gestión de conflictos
[Mediacio.org]
[Foto: hotblack/morgueFile]